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La verdad sobre el servicio de gestión de carteras

Foto del escritor: Rafael CucarellaRafael Cucarella


Todos sabemos que actualmente nos encontramos ante un escenario desconocido de tipos que está afectando al ahorrador tradicional español. El actual escenario de tipos cero y negativos hace que la vigilancia y gestión del ahorro se haga de la manera más profesional posible. La globalización y la tecnología nos permiten llegar a inversiones con mayor o menor riesgo que nos permitan una gestión eficaz de esos ahorros en el medio y en el largo plazo, especialmente a través de las figuras de los fondos, los ETF,s y las SICAV´s.

Tampoco podemos olvidar que la entidades de depósito tradicionales (bancos, cajas de ahorro y cooperativas de crédito) se tienen que amoldar a ese escenario, debido a una imposibilidad de hacer rentable un negocio con márgenes mínimos. La burbuja inmobiliaria hizo que se embarcaran en operaciones con unos márgenes muy bajos y que entraran en operaciones que han lastrado sus cuentas por una excesiva morosidad. Si a eso unimos un exceso de liquidez en los mercados de la mano de los bancos centrales, nos encontramos que esas entidades no pueden ni quieren remunerar los ahorros de sus clientes. Ello lleva a los ahorradores a buscar vías alternativas de remuneración de su liquidez de la manera más eficiente.


En vista de este escenario en la banca han creado el servicio de gestión de carteras. A priori la idea parece buena, y más a mí, que soy un fiel defensor de los fondos de gestión activa. En dicho servicio el cliente delega en su banco la gestión de una cartera de fondos que buscara optimizar sus ahorros. La entidad se compromete a buscar la rentabilidad de sus inversiones según el perfil de riesgo del cliente y a realizar los movimientos precisos para consolidar su beneficio o minimizar la pérdida mirando siempre el interés del cliente. No hay que olvidar que el objetivo de toda institución de inversión colectiva es conseguir el mayor beneficio a medio-largo plazo del cliente respetando la tipología de la inversión y con la prudencia que exige el regulador.

El problema se da cuando se analiza el servicio en sí, y los costes que lleva aparejados. En ese momento nos damos cuenta de cómo una idea que aparentemente busca un beneficio para el cliente se convierte en una manera de las entidades de conseguir las mayores comisiones posibles que arreglen su cuenta de resultados.

El primer problema que nos encontramos en el servicio es la asignación de activos. En las carteras gestionadas de los bancos sólo se puede acceder a productos de su propia gestora. En ningún momento se le da posibilidad al cliente de tomar ni siquiera pequeñas posiciones en gestoras independientes ni extranjeras, estando limitadas al sesgo y la visión de sus propios gestores. Esto podría pasar, si no fuera porque además contratan determinados productos, como fondos de fondos de su propia gestora, cuya idoneidad para el cliente es dudosa, al suponer una duplicación de gastos y una nula diversificación, al tener los mismos fondos contratados de manera duplicada (el fondo de fondos y el fondo directo, que también tiene el cliente contratado).

El segundo problema son los gastos. El servicio de gestión de carteras lleva una comisión adicional (que suele rondar el 0,5%) del volumen gestionado. Dicha comisión tiene sentido para un EAFI, pero no para un banco que está vendiendo producto de su propia gestora. Es decir, se está llevando el 100% de las retrocesiones más una comisión por un servicio que lo único que hace es cobrar al cliente por vender su propio producto. Además se suele añadir una comisión adicional de éxito de entre el 5% y el 10% del beneficio anual. Ya hemos dicho que toda institución de inversión colectiva busca maximizar el beneficio, y las comisiones de éxito de los fondos que las tienen están reguladas, debiendo bajar en ese caso la comisión de gestión. De este modo la entidad financiera se está garantizando una comisión de éxito sin necesidad de bajar las comisiones de gestión de sus propios fondos, añadiéndole para más inri la comisión de gestión adicional de la cartera que he comentado antes.


Por último el tercer y peor problema es la indisponibilidad del dinero. El cliente no es libre de traspasar ni de gestionar su propio dinero sin el permiso del gestor de turno, que por cierto, nunca es la persona que está en la oficina, sino un gestor especialista de la central que no conoce personalmente a su cliente (algo básico en la gestión de activos). Si un cliente quiere traspasar uno de los fondos a otra entidad, o simplemente rescatar ese fondo porque precisa de su dinero, no se le permite. Si quiere sacar el dinero el gestor rescatara el fondo que decida este, y no el cliente. Y si el cliente quiere traspasar un fondo se le imposibilita la operación, teniendo que rescindir el contrato para ello y traspasarlo a un fondo normal de dicha entidad. De este modo se dificulta la libre competencia y se le imposibilita al cliente que compare con estilos de gestión alternativos en entidades de la competencia. Además el cliente deja de ser dueño y señor de su dinero, dependiendo en exceso de la burocracia bancaria (convertimos un modelo que se supone que permite flexibilidad en un modelo que consigue todo lo contrario).

Por todo ello llegamos a la conclusión de que el servicio de carteras gestionadas no redunda en el beneficio del cliente. Además el estilo no es tan personal. He visto varias carteras gestionadas de diferentes clientes de una misma entidad y son todas iguales. Además se da el caso de que hay clientes que en siete meses no han visto ni un movimiento de su cartera (algo difícil de pensar en 2016 con un Brexit de por medio).

Como he dicho, soy un fiel defensor de los fondos de inversión y de carteras equilibradas de estos, pero no creo que la gestión delegada que acabo de explicar sea la más adecuada para los clientes. Se debe buscar un equilibrio en un modelo que permita que todos ganen dinero, y teniendo en cuenta lo más importante, que es el cliente el dueño y señor de su dinero, y que al nos debemos. No podemos pensar que tenemos el monopolio o crear contratos a medida que nos permitan ejercerlo como tal.

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